Se supondría que cuando se cuenta con una carta magna, un manual de convivencia, un manual de instrucciones, un documento que es el que rige las formas, las maneras, los aspectos, la legalidad, los caminos en los cuales se maneja un país, en los cuales se organiza un país y rodea y es el marco de desarrollo de ese país en lo jurídico, en lo social, en lo gubernativo, en lo económico, en lo político, en amplios frentes.
Se supone que quienes viven en ese país y quienes ostentan distintas posiciones, sobre todo en el escenario público de ese país, están de acuerdo parcial o completamente con esa carta y bajo esa carta de navegación, todo se hace.
Y si hay lugar a interpretaciones, hay para eso una corte de última instancia, en este caso la Corte Constitucional, que se encarga de interpretar y dirimir.
En Colombia, hoy en día, el periodo presidencial abarca o se prolonga durante 4 años y está expresamente prohibida la reelección, como también está expresamente escrito cuál sería el camino eventualmente para revivir esa posibilidad de reelección.
Y en su otra parte, sobre ese mismo periodo presidencial, dejando claro que son 4 años y que quienes ganan las elecciones presidenciales están aceptando y se están sometiendo y están jurando que su periodo será de 4 años, ni un día más ni un día menos.
En todo caso, si existiesen situaciones que atentaran contra el orden constitucional, la fuerza pública, hablamos de ejército, policía, fuerza aérea, armada, todos los miembros de la fuerza pública en Colombia están obligados a restaurar el orden y a defender la Constitución. Ellos juran ante la Constitución. No ante un político de turno.
Dicho esto, en Colombia hay célebres eh personajillos políticos, para no decirles “lagartos ni nada de eso”, que han hecho su carrera política a punta de inflamar las realidades de ser gran dilectus en sus discursos, de buscar, crear estelas de protagonismo de las cuales carecen.
Y, por lo general y lastimosamente, en muchos casos de la política en Colombia, esas triquiñuelas, la intriga, la mentira, el chisme hasta hacen parte de los juegos de poder y de cañar. Cañar para conseguir un puesto, para lograr un ascenso, para crear campañas en contra de enemigos, etcétera.
No será la primera ni la última vez, ni en Colombia ni en ningún lugar que tenga la democracia como su forma o su modelo de gobierno, en la cual una o dos o diez o decenas, incluso centenares o miles de personas, deseen por activa o por pasiva que el presidente de turno se pueda reelegir o que a ese presidente de turno se le pueda acabar el periodo antes de los 4 años, en el caso de Colombia.
Eso no los convierte en una amenaza directa en contra de la estabilidad política del país. Ni siquiera así muchos puedan diferir de esta aseveración. Ni siquiera los convierte en golpistas.
Son simplemente personas que a veces opinan muy duro, otras veces muy bajito y otras veces en escenarios sociales cerrados en donde los graban. Y alguien con alguna u otra intención filtra esas conversaciones.
Sí, en Estados Unidos o en Venezuela incluso. Se filtrarán grabaciones de personas de distinta índole hablando sobre prolongarle el periodo al presidente o terminarlo antes de tiempo; nos mantendríamos en escenarios de golpes de estado y de campañas políticas.
De manera que se tiene que conocer bien con la objetividad y escudriñar y con detalle. ¿Quiénes son las personas que promueven esos supuestos golpes de Estado? ¿Qué poder tiene? ¿Cuál es su influencia? ¿Cuál es su capital? ¿Cuál es su importancia?
Porque hay personas que solo a través de escenarios como este buscan una importancia mediática, sobre todo cuando están en el vespertino de su vida pública; necesitan reencaucharse, necesitan sentirse o creerse importantes de nuevo, protagonistas de los titulares noticiosos de la mañana, pero que, en aras de la verdad, nada pasa de ahí.
No hay peligro en que se rompan las costuras de la democracia, porque uno u otro lobo solitario salga a expresar sus ideas o los grabe, mientras seguramente en estados no sobrios están hablando sobre política.
Este país ha gozado de una estabilidad democrática que es muy admirada en el mundo. A pesar de que sea una democracia con muchísimos defectos y con una cantidad infinita de aspectos que realmente dejan como democrático el voto popular. Pero que la democracia cada vez está más sobrevalorada en un país como Colombia.
Y poco a poco se ha ido conociendo realmente que a veces pueden más otros poderes y otros intereses que el mismo voto de las personas en las urnas.
Sin embargo, y a pesar de esto, Colombia está lejos de ser como Ecuador o Perú, que tienen una capacidad notoria y comprobada de remover a sus presidentes, de diluir a sus congresos cuando estos han faltado a la Constitución, a las leyes, cuando han cometido delitos.
En Colombia hemos tenido varios presidentes que han cometido delitos. Y nada pasa. Como todo en Colombia, todo pasa y nada pasa y la indignación dura un día. Entonces, Colombia no es un país de revocar presidentes.
Tampoco Colombia tiene unas características de ir en contra abruptamente de la Constitución. Siempre el maquillaje y camuflar las formas y maneras importan mucho en este país. Entonces, como conclusión, no hay que darle importancia a quien no la necesita.
No hay que caer en alarmas innecesarias, que sonarían todos los días si fuese por eso, pero que no hay peligro por estos tiempos de que se cristalicen y mucho menos que signifiquen algo serio.
Lo único que tiene que preocupar a todos los colombianos, a las autoridades y a la fuerza pública es que se respete la Constitución hasta donde se pueda y quien se atreva a amenazarla, que sea individualizado y procesado en donde se deje un mensaje ejemplarizante, como la señal de que Colombia es una democracia, hay que respetarla, hay que mantenerla así y hay unas leyes con las cuales se están jugando y no se pueden cambiar al antojo de cada uno.
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